lunes, 20 de abril de 2009

ANA Y LOS LOBOS: OBSESIONES Y METÁFORAS

Director: Carlos Saura
Intérpretes: Rafaela Aparicio (madre), Geraldine Chaplin (Ana), Fernando Fernán Gómez (Fernando), José María de Prada (José), José Vivó (Juan), Charo Soriano (Luchy).
Productor: Elías Querejeta.
Guión: Rafael Azcona y Carlos Saura.
Fotografía: Luis Cuadrado.
Música: Luis de Pablo. Temas musicales: "El Dos de Mayo" de Federico Chueca y "El Misterio de Elche", transcripción de Óscar Esplá.
Montaje: Pablo García del Amo. Año de producción: 1972.

“Yo lo único que intento es por medio del cine poner en orden mis confusas ideas, exteriorizar mis pensamientos y dar libre salida a mis fantasmas".
Carlos Saura, 1974

LA LIBERTAD DENTRO DE LA OPRESIÓN

Carlos Saura es uno de los más brillantes directores europeos de los últimos cuarenta años. En Ana y los lobos realiza uno de sus mejores y más significativos trabajos.
Se trata de un ejercicio cinematográfico muy personal, con el que Saura y el guionista Rafael Azcona juegan hábilmente con la metáfora, el esperpento y la alegoría, dando vida a una serie de personajes que ocultan en su interior su terrible y verdadera naturaleza. En la mayor parte de su filmografía, Saura se rodea de los mismos hombres: Rafael Azcona como guionista, Elías Querejeta como productor y Luis Cuadrado en la fotografía, aunque tras realizar el guión de La prima Angélica (1973), Rafael Azcona es sustituido por Elías Querejeta.
La pareja profesional Querejeta- Saura se convierte durante los setenta, su época dorada, en un tándem cinematográfico fundamental para el cine metafórico en particular y para la historia del cine español, en general. Elías Querejeta es uno de los productores y guionistas que más ha aportado al desarrollo de un cine comprometido e inteligente, alejado de los estereotipos impuestos por el cine franquista.
En esta época la censura, prohibía todo aquello que se opusiera al sostenimiento del Régimen, por esta razón, Saura y Querejeta, tuvieron que soportar que el filme Ana y los lobos (1972) fuera retrasado una y otra vez, hasta que finalmente los “protectores” de la moral nacional-católica decidieron que resultaría más peligrosa para la imagen exterior de España su prohibición que su consentimiento. Pero lo que facilitó en mayor medida la autorización de la cinta, fue su lenguaje metafórico, ya que el disfraz del discurso hizo, según cuentan, que hasta el propio Franco observara la película en una proyección privada sin sobresaltarse por las imágenes o el contenido.
La película muestra con maestría un abanico de situaciones, lideradas todas ellas por una jovencísima Geraldine Chaplin, musa del director, que aparece perfectamente acompañada por los actores Fernando Fernán-Gómez, Juan María Prada y Juan Vivó, así como por una gran Rafaela Aparicio, que retomará este personaje en Mamá cumple cien años (1979), una continuación de Ana y los lobos.

NARRACIÓN Y CRÍTICA

Durante los años setenta, Carlos Saura era la voz cinematográfica por antonomasia dentro y fuera del país. Esta obra es una de las más representativas de su carrera y estilo cinematográfico, así como de la situación que estaba atravesando el cine español en estos años. Un cine influenciado por las corrientes europeas que rompieron unos esquemas plagados de estereotipos y temas vulgares, y que sin embargo, continuaban manteniendo otros directores. En este contexto de mediocridad del cine español, Saura fue uno de los pocos que supo incorporar elementos innovadores y vanguardistas, al tiempo que se valió también de elementos neorrealistas.
El director aragonés nunca escondió su obligación moral de contribuir, a través de su obra fílmica, al cambio social y político del país. Saura recorrió los años setenta intentando narrarnos el declive de una forma de vida: el franquismo, y el contradictorio nacimiento de otra: la transición Para él, existían tres blancos concretos dónde golpear por medio de metáforas; tres pilares básicos dentro del aparato ideológico del Régimen. Hablamos de la autoridad religiosa, el sexo y la política, tres temas prohibidos por los mandos franquistas tanto en la esfera pública como en la privada.
Saura debutó con el documental Cuenca (1958), al que siguió la película Los golfos (1960), que abrió el cine español al camino del Neorrealismo, estilo ya extendido por toda Europa. Pero es desde La Caza (1965) cuando aparece el mejor cine de Saura. A partir de entonces, toda su obra, hasta Ana y los lobos (1972), pasando por Peppermint Frappé (1967), La madriguera (1969), El jardín de las delicias (1970) y La prima Angélica (1973) es una crítica severa al franquismo.

LA REPRESENTACIÓN DE UNA DESOLADORA REALIDAD A TRAVÉS DE LA METÁFORA

Ana y los lobos podría catalogarse como un drama de costumbres que retrata el juego de tensión resistencia entre una extranjera y los miembros de una familia aristócrata decadente. En un lenguaje totalmente metafórico, se desarrolla la historia de una joven institutriz británica que llega a una lujosa finca de la España castellana. Debe hacerse cargo de dos niñas, que viven junto a su madre, su padre, los dos tíos hermanos del padre, y su abuela, una absorbente y extraña anciana que controla y a todo el que allí habita. Cada uno de los componentes de la familia, con su propia personalidad llena de obsesiones y paranoias intentará cautivar a la encantadora Ana. Incluso las niñas parecen estar contagiadas por esta locura que todo lo invade. Poco a poco, la joven empezará a sentir el peligro en sus carnes, hasta que finalmente los lobos consiguen devorarla.
La historia en sí, nada tendría de especial, si no fuera por la directa y corrosiva alusión a la sociedad franquista a través de la personalidad de los distintos personajes. Militarismo, sexo, ascetismo y nostalgia definen a los protagonistas que a medida que avanza la película se ven dominados por ellos mismos. De resonancias trágicas, la cinta presenta una visión antropológica muy negativa; la violencia se camufla bajo la piel del orden, el deseo carnal, o el ascetismo pero sale a la luz una vez traspasados los límites del hogar.
Se trata de una parodia de los tres lobos de la España de la dictadura: La Iglesia, El ejército y el sexo reprimido.
Quizás esta la película no sea la más importante de Carlos Saura, pero uno de sus puntos fuertes radica en la representación a través de la misma de una postura valiente y contestataria, donde se manifiesta su posición política dentro de un país en el que la represión y la censura eran el obstáculo principal para la libertad: artística, intelectual o cultural.

UNA CASA HABITADA POR LOBOS

UNA, GRANDE Y LIBRE: LA CASA


La casa, infranqueable, propia de una familia burguesa está situada en un monte solitario y aislado. Está llena de obstáculos formados por un mobiliario asfixiante y recargado que dificulta la libertad de las personas que viven en ella. Este edificio alude a la marginación internacional que la España del momento estaba sufriendo sistemáticamente. El caserío está bajo las órdenes de una vieja loca que representa el poder absoluto. Ésta es transportada en una silla por dos sirvientas, lo que nos recuerda a la figura de Franco en sus apariciones bajo palio. La madre de familia, anciana, enferma y prácticamente inválida podría representar quizás a un régimen dictatorial que está dando sus últimos coletazos pero que continúa muy presente en la sociedad española.
La casa está habitada por los hijos, que aunque adultos son tratados por la matriarca como si fueran niños. Cada uno de ellos representa un pilar de los que sustentan a la España de Franco: José, el autoritarismo, Fernando, la hipocresía religiosa y Juan, la represión sexual.

LA LIBERTAD: ANA

En este espacio cerrado, Saura introduce un elemento extraño a ese mundo. Es Ana, la encargada de perturbar el orden impuesto. Ella simboliza la ráfaga de aire nuevo que debe entrar en el país, una persona que conoce el mundo, de mente abierta, alguien que permita al español salir de su letargo y aislamiento. La conocemos no por lo que dice, sino por objetos que la definen, es decir, todo aquello que lleva en su maleta, y que José comienza a sacar sin ningún permiso: ropa, música, libros y un pasaporte repleto de sellos.
El cambio de espacio que realiza Ana es muy significativo, se traslada de un bosque frondoso a una casa en una parcela árida. Con este cambio, Saura nos indica todo lo que nos depara el interior de la casa: algo viejo, seco, atemporal.
Este espíritu libre y revolucionario no sirve de nada en una sociedad opresora y dictatorial, por eso Ana acabará sucumbiendo ante los lobos en contra de su voluntad. Esto mismo ocurrió en España durante más de 35 años.

EL LOBO DE LA RELIGIÓN: FERNANDO

Fernando es un fervoroso creyente, de un misticismo medieval. Al principio, parece ser la única persona que realmente comprende su entorno. Esto le hace aislarse en una cueva en los alrededores de la casa, donde se dice que vivió un eremita. Prefiere estar solo a vivir en una sociedad que no entiende ni le entiende. Su huelga de hambre muestra su desacuerdo con el sistema. Pero la personalidad y el simbolismo de este personaje no queda ahí, lo que él llama paz termina convirtiéndose en una especie de cárcel: la religión. Su carácter está marcado por la ambigüedad, no sabemos realmente si su actitud es sincera o simplemente apariencia como ocurre con los demás personajes.

EL LOBO DEL AUTORITARISMO: JOSÉ

José es un militar frustrado que hace las veces de patriarca de la familia. Le gusta ponerse los uniformes militares de su colección privada y eso le excita. El uniforme le transforma, le otorga el “poder”. Representa el autoritarismo, pero esto no es más que una coraza que esconde una gran debilidad que arrastra desde niño. Se deja entrever una extraña homosexualidad provocada por sus padres que lo vestían de niña cuando era pequeño, ya que su padre quería tener una hija.

EL LOBO DE LA REPRESIÓN SEXUAL: JUAN

Juan, casado y padre de familia, representa a la burguesía apoyada desde el poder. Bajo su apariencia recta y seria se esconde un pervertido sexual que acosa a Ana con cartas obscenas. El caso de Juan es uno de los más significativos de la brutal represión sexual padecida por los españoles en tiempos de Franco. Una de las escenas más impresionantes en la que se pone de manifiesto hasta qué punto la sexualidad de Juan está reprimida es aquélla en la que entra en el dormitorio de Ana mientras ella está fuera. Juan coge el cepillo de dientes de la institutriz y mientras se cepilla los suyos se observa en su rostro una expresión de placer que difícilmente asociaríamos a este acto de higiene.

EL TRIUNFO DE LA OBSESIÓN
El desenlace del filme es uno de los más brutales, espeluznantes e impresionantes de todo el cine español. Cuando Ana abandona la casa y se aleja, de entre los arbustos aparecen los tres hermanos con el objetivo de llevar a cabo su plan, ya que ninguno de ellos ha logrado convencer a la joven. Juan la viola; Fernando le corta el pelo; y finalmente José la mata de un disparo en la cabeza.
La forma en que está rodado este trágico e impactante final remite al de las escenas más brutales del cine de Pasolini, con cámara al hombro, en continuo movimiento y sin ahorrar en dureza. Así, Ana se despide tendida en el suelo, con el cabello cortado y unos expresivos ojos abiertos llenos de terror. Pero aunque muchos no lo esperasen, hacia la mitad de la película, hay un objeto que nos alerta del trágico destino de Ana: el descubrimiento por parte de las niñas de una muñeca enterrada en el fango, semidesnuda y con el pelo cortado. En ese momento, la responsabilidad de este hecho se le atribuye a los lobos. Pero ahora con los ojos de la desdichada Ana fijos en los nuestros lo comprendemos todo.

VER Y OIR LA ESCENA

La mayoría de los signos estéticos y retóricos de los que se vale Saura en Ana y los lobos son usados por el director en la mayor parte de sus películas.
Una de sus principales señas de identidad es que los actores siempre aparecen limitados por el espacio. En la cinta los espacios tienen mucho significado, puesto que definen y condicionan los ambientes y el tipo de vida que se da en cada uno de ellos. El enclaustramiento se opondrá temática e ideológicamente a los campos abiertos o espacios más amplios. Los personajes ideados por Saura viven en su escenario, recuadrados en un marco concreto impuesto, pero el discurrir de la vida los saca, de vez en cuando, de ese lugar para ofrecerles momentáneas fascinaciones del exterior, como la levitación de Fernando en la cueva donde se retira a meditar.
La sensación de suspense que nos ofrece la película no se crea mediante la oscuridad, Saura no se vale de ningún artificio; simplemente el desconocimiento de la realidad es lo que hace que la inquietud vaya creciendo en el espectador de forma natural.
Por otro lado, la fotografía del filme, realizada por Luis Cuadrado, consigue una imagen realista, plagada de luces naturales y sombras inquietantes.
Y por último, me gustaría destacar uno de los planos con más significado y desde mi punto de vista uno de los más interesantes de todo el filme, aquel en el que aparecen todos los personajes de la historia. Una madre loca que habla entronizada en una silla cargada por dos sirvientas, una esposa amargada que no sabe qué hacer, tres niñas que juegan ajenas a todo, un padre que acosa, un hermano disfrazado de militar que pasea a caballo y otro hermano que vive solitario en una cueva. Esta imagen simboliza la realidad política y social de la España de la época: calumnias, mentiras, y apariencias.

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