Dirección: Carlos Sorín.
CARLOS SORÍN, EN BUSCA DE LA NATURALIDAD
Carlos Sorín proveniente del campo de la publicidad, no es un autor pródigo ni con una larga trayectoria en el largometraje. Sin embargo, ha demostrado ser uno de los más interesantes directores del cine argentino. Su ópera prima, La película del rey (1986) llamó la atención por su originalidad, creatividad y proyecciones metafóricas consiguiendo hacerse con el León de Plata en Venecia y un Goya como Mejor Película Extranjera, entre otras menciones. Su segunda película Una eterna sonrisa de New Jersey (1989), es para él una frustración personal, por lo que siempre se negó a estrenarla en Argentina. En 2002, tras trece años dedicado exclusivamente al cine publicitario, vuelve con Historias mínimas, un proyecto levantado sin grandes expectativas, costeado inicialmente por el propio Sorín y de planteamiento modesto, pero que ha cosechado destacados galardones: en 2002 el Premio Especial del Jurado en San Sebastián, y en 2004 nominada al Goya a la Mejor Película Extranjera de Habla Hispana.
El desangelado, y al mismo tiempo bello, paisaje de las llanuras de la Patagonia argentina, lugar predilecto del autor, es el escenario donde se desarrolla esta película. Una inevitable road movie tal y como afirma el director: “Es difícil filmar en la Patagonia sin terminar haciendo una road-movie. Las distancias y los viajes ocupan una buena parte de los proyectos y deseos de sus habitantes. Por eso Historias mínimas es una road-movie”. Se trata de un film, en el que confluyen los viajes y las historias de personajes sencillos y reales que buscan una ilusión.
De esta manera, Carlos Sorín construye su particular homenaje a la novela En el camino, de Jack Kerouac y a la película París, Texas de Wim Wenders, añadiendo así su pequeña aportación al fascinante mundo de los relatos de carretera.
El film es pura vida, sin cortapisas ni añadiduras. Ésa es su gran baza, su gran secreto, la razón por la que conecta de forma especial con el público. Para lograr esto, se tomó la decisión de trabajar con actores en su mayoría no profesionales, rodando con extrema flexibilidad, incluso sin guión en ocasiones, aprovechando su espontaneidad y frescura. Es más, el guión –excelente trabajo de Pablo Solarz- fue terminado en función de los actores elegidos, y muchas escenas fueron filmadas en tomas únicas. Así, por ejemplo el hombre que interpreta a Don Justo, Antonio Benedictis, es un mecánico jubilado de Montevideo, Javiera Bravo, una docente de música de Santiago del Estero es María en el film y el panadero y la mujer que fabrica tortas en su casa hacen de sí mismos. Junto a ellos, la directora de cine Julia Solomonoff se estrena ante las cámaras en el papel de Julia. Cuenta con sólo dos actores profesionales, uno de ellos es Javier Lombardo, quien ha rodado El descanso y cortos publicitarios.
TRES PEQUEÑAS HISTORIAS Y UNA GRAN PELÍCULA
A miles de kilómetros al sur de Buenos Aires, por las solitarias rutas de la Patagonia Austral, tres personajes, tres historias mínimas, viajan esperanzados persiguiendo una ilusión a la que se agarran para alejarse de la monotonía y la soledad. Don Justo es un anciano que vive con su hijo y su familia. Una noche se escapa de casa para lanzarse a la carretera en busca de su perro Malacara, perdido hace años y que alguien dice haberlo visto en San Julián. Roberto, un vendedor de mediana edad, hace la misma ruta en su coche. Lleva una tarta para el cumpleaños del hijo de una joven viuda a la que pretende conquistar. Ese mismo día, María Flores, seleccionada para un programa de televisión viaja con su hija recién nacida por la misma carretera. Cada uno viaja por su cuenta camino de San Julián para ver realizado su sueño pero sus destinos se cruzarán en un momento u otro.
LA REPRESENTACIÓN DE LA REALIDAD
A través de sus personajes, Sorín orienta su objetivo hacia los valores humanos perdurables: la comprensión, la solidaridad, la ingenuidad, la ilusión o la felicidad, en un país y en un momento en que podrían parecer una utopía.
En Historias Mínimas, para resaltar la grandeza del hombre, Sorín además de dar cabida a los valores que hacen que los humanos sean considerados como tales, nos da una lección de vida mediante el contraste entre personajes y escenarios. En la Patagonia, un lugar desértico donde el clima castiga sin piedad y la hierba no crece, viven unos habitantes generosos, humildes y con una calidad humana que hoy día hasta resultan utópicas. Son personas que en un entorno hostil, luchan con todo lo que tienen para salir de esa situación. Sus armas no son más que la fuerza, la bondad, el amor al prójimo, la ilusión y los deseos de superación. Algo de lo que carecemos muchos de nosotros, que nos dejamos llevar por el pesimismo y abandonamos sin apenas luchar por nuestros sueños.
VER LA ESCENA
Aunque Sorín llega del mundo de la publicidad, tan tendente al engaño, la ficción, la trampa, y el cartón-piedra, su narración es austera y simple pero al mismo tiempo efectiva, donde la cámara cumple con su función de captar la realidad tal y como es, sin artificio ni barroquismos. A ello también contribuye la espléndida fotografía de Hugo Colace.
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